Algunas personas apuntan que la química empezó mucho antes, con la teoría egipcia de la Ogdóada. Según ésta, existían ocho fuerzas primordiales llamadas “las almas de Thot” que daban forma a todo lo que había existido, existía y existiría, desde el principio de los tiempos hasta el último ocaso. Esto es absoluta y rotundamente falso, por supuesto. Pero lo cierto es que todo depende de cómo queramos trazar la frontera entre química y metafísica. Porque si bien podemos distinguir con total claridad una de otra, la ciencia ha nacido de proto-ciencias, poco a poco y de forma gradual, haciendo imposible decir con exactitud cuándo empieza una y termina la otra. Todo depende de cómo de estrictos seamos.
Hoy en día la teoría de la Ogdóada no tendría el menor valor, pero en aquel tiempo traslucía un primer intento de entender las sustancias que componían nuestro mundo, un pensamiento germinal de la química. Por otro lado, teóricos más estrictos defenderán con uñas y dientes que la química moderna empieza en 1.661 con la publicación de “El químico escéptico” de Robert Boyle o incluso más adelante, en el siglo XVIII con Antoine y Marie Lavoisier.
A veces queremos clasificar lo inclasificable y trazar fronteras imposibles en cosas que, realmente, se desarrollan de forma progresiva y sin grandes aspavientos. Por eso, pensar en Tapputi y Ninu como las primeras químicas es tan cierto y falso como cualquiera de las otras hipótesis. De hecho, es probable que no nos hayamos entendido, porque si bien la producción de cosméticos requiere de conocimientos científicos, en Mesopotamia el término “perfumes” era algo más amplio de lo que es ahora. Los perfumes que hacían Tapputi y Ninu eran sustancias de buen olor, sí, pero con propósitos medicinales y rituales. En otras palabras: eran una parte central de las culturas mesopotámicas.
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